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Como esconder un cadáver. Parte II
una buena hembra pa´ la crianza iñor...
Acariciaba sus senos brutamente, como le había enseñado la herencia sureña patriarcal, ella continuaba su vaivén rudo, orgásmico, húmedo sobre la pelvis firme de su hombre, el no comprendía, el quería dominar, le jala el negro cabello, la vuelca sobre la hierba, con bruteza nada dentro de los muslos morenos de la muchacha, introduce con fuerza su miembro viril, enorme por las sensaciones a flor de piel, ella le dice que le duele, que pesa mucho, el le dice que falta poco, ella disfruta su masculinidad, el disfrutar el control, ella intenta quitarlo de entremedio de sus piernas, quiere cambiar de posición, el no la deja, le aprieta el tórax con un manotaso, ella comienza a gritar desesperada, el se asusta, agarra su cuello, no mejor su cabeza, la golpea reiteradas veces contra el suelo... ella deja de gritar, todavía late su corazón. Observa sus caderas, una buena hembra pa´ la crianza iñor... Sube a su caballo, la sube a ella aún inconsciente, avanza hacia el rió, la tira en al orilla, busca un palo y la golpea reiteradas veces, el quiere que luzca como un accidente, un robo tal vez, no va a ser culpable de la muerte de una peuca como esa, no vale la pena, recuerda al pueblo riéndose de él, de lo puta que era ella, como es tradición el honor se limpia con sangre. Nadie se atreverá a preguntar, el es dueño de fundo, el elige cuando quiere y a quien quiere. Cruza cabeza en alto el pueblo, sabe que lo vieron salir con ella pero nadie dice algo, la sombra de su sombrero cubre sus ojos... Ya en su cama, descansando entre las sabanas que limpió por última vez ella, siente su olor, ese olor enloquecedor que lo obligó, no es culpa de él, es culpa de ella por puta. La luz de la luna entra por la ventana, de pronto lo sorprende un brillo metálico, sentía un líquido tibio bañando su cama, a gritos observa la imagen, ella sostiene su miembro flácido en la mano derecha, la sangre se desliza por su brazo, en la mano izquierda el cuchillo ensangrentado, en su rostro desfigurado por los golpes; la venganza. Recuerda la primera violación, cuando el la encontró en el camino y la volcó a los arbustos, se prometió a si misma limpiar su honor a la costa que fuera, el amor que alguna vez sintió, se convirtió en odio, odio que la revivió de la orilla del río. De pronto le dice: Que te hay creio huaso roto, a mi naidien me toca sin pagarme... La zurda la apodaban en el pueblo.
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